NOTAS POLÍTICAS
PARA ESTA SITUACIÓN
«NOTAS NEGATIVAS»
Editorial Venezuela 83
Año 1971
Vivimos una especial situación: lo peculiar de ella consiste en que coinciden un estado de atomización, desorganización, derrota y debilidad de las fuerzas revolucionarias con extraordinarias posibilidades para el desarrollo del movimiento popular y revolucionario. Queremos apoyarnos en esta rara y poco común coincidencia para subrayar lo especial del momento. En general, todos los «momentos» son especiales, pero como éste lo es precisamente por el rasgo señalado, como no es regular que a los estados de debilidad de las fuerzas organizadas de la revolución acompañen condiciones tan favorables y como estamos interesados sólo en lo que esto exige de nuestro esfuerzo, es por lo que calificamos así la situación actual. De esta manera lo que para otro nivel sería tautológico, para la política, para nosotros, tiene sentido preciso. Esta coincidencia es decir, esta contradicción es la que explica las dificultades insolubles con las que tropiezan los camaradas interesados en los rótulos. ¿Se trata de flujo o de reflujo, de auge o de descenso? Por nuestra parte queremos referirnos a esta especial situación y a su peculiaridad.
En el curso de los últimos años, el país ha vivido transformaciones de importancia. El motor de estas transformaciones, ha sido un intenso y determinado proceso de crecimiento económico. La propaganda oficial y oficiosa ha venido insistiendo de tal manera en el que resulta innecesario y para los fines de esta reunión, absolutamente ocioso copiar o referirse a las cifras del crecimiento. Este crecimiento ha venido desplazando a es decir, se ha realizado a costas de la Venezuela tradicional y sobre la base de su descomposición ha producido la Venezuela moderna. No entra en nuestra necesidad ni tampoco en nuestra conveniencia negar o disminuir esta transformación, esta «modernización» del país. Lo que nos interesa subrayar es que primero, la Venezuela tradicional, la Venezuela para la cual programaron y elaboraron sus consignas los revolucionarios de la década del cuarenta y del cincuenta, ha dejado de ser, estamos viviendo su descomposición. Y, segundo, que el tipo de transformación social de crecimiento económico que Venezuela está experimentando es, básicamente, la más completa y el más acelerado que se pueda en las condiciones de una sociedad capitalista dependiente, organizada a la manera, que se ha dado en llamar, democrático representativa. Las implicaciones de lo primero son obvias: la descomposición de la Venezuela tradicional ha provocado un envejecimiento correspondiente del pensamiento revolucionario y se hace, entonces, necesario reelaborar la crítica revolucionaria. Las consecuencias de lo segundo no son menos evidentes: la transformación social que se programe, el desarrollo económico que se suponga YA no puede proponerse sino cambiando las bases de la sociedad. Con un signo capitalista dependiente por los demás, el único capitalismo viable para la Venezuela del mundo actual no es posible proponer ni proponerse ningún desarrollo positivo que el actual sistema no haya logrado ya o no esté en vías de lograr. No existe ya ningún propósito serio de progreso económico y social que no parta de la transformación radical de la estructura de nuestra sociedad y de la ruptura de las relaciones de dependencia y sometimiento que la ligan a los Estados Unidos.
Recientes experiencias latinoamericanas han hecho ya saber a nuestro pueblo que lo primero no es posible sin lo segundo. Esto quiere decir que, incluso, por razones no evidentemente económicas, para los Estados Unidos tiene que resultar subversivo y altamente peligroso y amenazante cualquier transformación revolucionaria en los sectores no externos de nuestra economía. Cualquier idea de una Venezuela «posible», de un cambio social nacional que no calcule y suponga la ruptura de las relaciones con los Estados Unidos o es una ilusión o es mala intención. En la jerga de izquierda este tipo de idea es conocido como nacional-reformismo. La práctica política del nacional-reformismo dura ya decenios y la discusión sobre el asunto ha dejado de ser ideológica: ya no se trata de la viabilidad de una política; una discusión de esa clase fue realizada por los revolucionarios latinoamericanos hace años y nosotros no tenemos por qué repetir la tarea en el mismo nivel. Ahora ya es posible hacer el balance del nacional-reformismo. Recientemente, por ejemplo, dos economistas venezolanos dedicaron algunas páginas de su libro al examen de los resultados de años de aplicación de la cuantiosa renta pe- trolera, un examen de lo que han conseguido gobiernos más o menos diferentes y de legalidad institucional distinta pero unidos todos por la misma estrechez e impotencia en el asunto de las relaciones de dependencia y sometimiento de nuestros países con los Estados Unidos. Ahora bien, el resultado es de tal clase, la evidencia del fracaso de las «posibilidades» del nacional-reformismo es tan rotunda o dicho de otra manera, los resultados de la práctica hacen tan definitiva la pérdida de la validez ideológica de esta posición que la insistencia en mantenerla por partidos, sectores e individuos autocalificados de izquierda y de progresistas hace mucho que no deja lugar a dudas sobre la ausencia de ilusiones o errores de juicio en ellos. Así la aplicación del calificativo de nacional-reformismo para muchas «críticas», programas, partidos y personalidades hace tiempo que pasó a ser un eufemismo. No es descartable que en alguna época éstas fueran ilusiones que estos grupos y personas tuvieran, pero ahora son sólo ilusiones que, simplemente, intentan sembrar. A la equivocación ha sucedido el compromiso la más de las veces explícito y, por lo demás, perfectamente descubrirle en el cambio del modo de vida y en los recursos a disposición. Definitivamente, en ese asunto de las posibilidades de progreso social al margen de la ruptura de la dependencia de los Estados Unidos, la buena fe ha quedado confinada a muy pocas y contadas personas entusiastas de la CVP, de planes de promoción o de algunas experiencias piloto-.
Menos experiencias pero igualmente definitivas nos tienen que hacer saber que lo segundo es así mismo, imposible sin lo primero. Esto quiere decir que están condenados al fracaso los que pretenden no digamos ya romper sino tan siquiera modificar en beneficio de nuestros países las relaciones de dependencia y sometimiento sin un cambio estructural corres pendiente de nuestra sociedad. Una ruptura de esa clase exigiría de nuestro pueblo una tensión enorme de sus fuerzas, una aplicación absoluta de todas sus reservas de energía, entusiasmo y fuerza creadora. Creo que para cualquiera que se imagine el proceso, debe resultar claro que la ruptura de las relaciones de dependencia de los Estados Unidos es una tarea superior a las fuerzas de la actual estructura de la sociedad venezolana. Sólo un cambio profundo y revolucionario de la actual estructura de la sociedad venezolana puede crear las condiciones para interesar a nuestro pueblo en una empresa nacionalista de gran envergadura. No es casual, por ejemplo, que cuando las burguesías de algunos países se han visto obligadas a comprometer y utilizar los esfuerzos del conjunto de la nación en la defensa o retención de lo que en definitiva no son sino sus intereses, como ocurre en situaciones de guerra, siempre los pueblos tan «patrióticamente» reclamados han utilizado la coyuntura para avanzar y conquistar contra su propia burguesía una que otra posición. Infinidad de ejemplos demuestran, por vía negativa o positiva, que ninguna sociedad ha salido airosa de una tarea exterior sin que internamente haya tenido que pagar a su propio pueblo el precio de algún determinado progreso social. El saldo que dejan los esfuerzos por separar la ruptura de la dependencia hacia los Estados Unidos del cambio revolucionario de la estructura social venezolana, no es otro que las grotescas y últimamente reiteradas campañas por hacer comprender a los Estados Unidos que ellos es decir, los propios Estados Unidos- necesitan de un nuevo enfoque para América Latina, de una nueva política para nuestros países. Resulta verdaderamente ridículo el espectáculo de quienes piensan apoyarse en la comprensión de la metrópoli para afectar los intereses de la metrópoli. Este espectáculo no es sino la expresión bastarda de lo que en el lenguaje de la revolución ha venido siendo justamente calificado como la impotencia y la incapacidad de las clases dominantes criollas para llevar hasta el fin las tareas de la lucha nacional.
En fin, lo que queremos decir es que el progreso social sólo puede asociarse en nuestro país al desarrollo económico, que este desarrollo es esencialmente distinto al crecimiento operado, que es imposible en condiciones de capitalismo dependiente y por eso, sólo es concebible a partir de un cambio revolucionario de la estructura de la sociedad venezolana, que tal cambio no se puede disociar, ni en el planteamiento ni en la ejecución, de una ruptura radical de las relaciones de de- pendencia y sometimiento de los Estados Unidos. La lucha nacionalista y la subversión de las actuales relaciones sociales son hoy una y la misma empresa.
Hemos dicho que no está en nuestro interés y que tampoco necesitamos negar la «modernización» es decir, la maduración del capitalismo dependiente- de la sociedad nacional ni el crecimiento económico vivido. De este crecimiento y de esta modernización han políticamente medrado los partidos más importantes de la burguesía. Durante la pasada campaña electoral, en el último mensaje de Leoni, en las ya abundantes alocuciones de Caldera, sobran las referencias al avance económico y a la modernización del país. El aumento de la producción industrial, el crecimiento del producto agrícola y sobre todo la parte de éste obtenido en condiciones capitalistas, la abrupta elevación de la población en las ciudades principales y el nacimiento de nuevos y densos núcleos urbanos, los efectos de una determinada aplicación de la gran capacidad de compra de un país petrolero, etc., todo esto recogido y expresado en los a veces patéticos esfuerzos de los partidos de gobierno, de Fedecamaras, de los servicios de noticias y de relaciones públicas de las grandes empresas y, en primer lugar, de las compañías petroleras, por convertir en asunto de orgullo nacional los índices y las cifras del caso, nos permiten comprender a qué clase de terreno se está trasladando parte de la lucha social por el control de este país. Existe una nueva realidad cuya interpretación, explicación y agitación revolucionaría constituye parte fundamental de la lucha ideológica hoy y cuyos datos abre a nuestro modo de ver, extraordinarias posibilidades para la aplicación del esfuerzo revolucionario, para nuestra actividad como organizadores y estimulante del movimiento popular.
Pero, se nos dirá, ¿qué tiene que ver todo esto con lo que se califica de extraordinarias posibilidades para el desarrollo del movimiento popular revolucionario? ¿Qué actitud distinta al simple cuestionamiento de la veracidad de las cifras oficiales, puede pedírsele a los revolucionarios? ¿Cómo vincular la crítica, absolutamente justa, que descubre la distorsión profunda de nuestra economía, el callejón sin salida de un crecimiento que con cada paso de avance agrega un eslabón más a la cadena de la dependencia y sometimiento de los Estados Unidos, con las necesidades prácticas de la organización, movilización y elevación de la conciencia revolucionaria de nuestro pueblo? ¿Qué relación tiene esto con la necesidad de recuperar el movimiento revolucionario, superar su dispersión, depurar sus filas es decir, fortalecer su calidad y elevar su eficiencia, es decir, dotarlo de la capacidad necesaria para conducir al pueblo a acciones revolucionarias definitivas y exitosas? Como ustedes ven tenemos ahora que sacar algunas consecuencias políticas de los cambios que nos parecen evidentes. Tenemos que ver de qué manera nos sirve esa evidencia para acercarnos a una caracterización del momento y de sus posibilidades para la acción de los revolucionarios y, creo, que con lo dicho hasta ahora estamos todavía lejos de lo que al comienzo llamábamos situación peculiar y especial. Tratemos ahora, entonces, de ver el asunto un poco más de cerca.
En primer lugar está el hecho de que este crecimiento y esta modernización del país se han realizado, se están realizando y se van a realizar aún más a través de enormes tensiones sociales. Venezuela no podía escapar, como en efecto no ha escapado, a las condiciones que universalmente han rodeado al crecimiento del capitalismo, cualquiera sea el signo de éste. ¿Qué significa esto? Significa que por detrás de las cifras del crecimiento existe una realidad básica que se reproduce y amplía constantemente y sobre la cual no se arroja luz. Esta realidad, no reflejada eficientemente por nadie, es la de una sociedad dividida, fundamentalmente, en un pequeño sector, extranjero y criollo, beneficiario del crecimiento y una inmensa mayoría de venezolanos que paga su costo.
El gobierno, Fedecámaras, los grandes consorcios y, en primer lugar, las compañías norteamericanas, dedican grandes recursos a difundir por prensa, radio, TV, cine y a través de publicaciones especiales, los logros del crecimiento. Venezuela se entera de la inauguración de la represa de Guri, del aumento de la producción industrial y agrícola, de la modernización de los puertos y carreteras, del lujo urbanístico de Caracas y otros centros. Pero nadie habla de los gigantescos beneficios de este proceso, de su concentración en pocas manos millonarias, ni tampoco, del gigantesco costo social y nacional del mismo, del aumento de la dependencia y de la insoportable carga de miseria que, y ésta es la paradoja del capitalismo, el crecimiento produce. Por ejemplo, en esta misma Asamblea se encuentra un camarada trabajador del hierro. Por él sabemos que para el traslado del mineral a los trenes, se introducirán en Guayana, en la zona donde él trabaja, unos cuantos grandes camiones eléctricos para cien toneladas de carga. Con la introducción de estos camiones, nos ha dicho él, se podrá elevar tremendamente la producción de mineral para su transporte diario. Según el camarada, los nuevos camiones habrán suplido para 1972 a los vehículos actuales de mecánica tradicional y de muchísimo menos capacidad. Cuando esto ocurra, pueden ustedes apostar que Venezuela sabrá de mil maneras, y habrá suplementos especiales de «El Nacional» dedicados a ellos, que el país ha ganado un nuevo combate en la llamada batalla de la productividad, que la producción de mineral de hierro ha crecido en tantas y tantas veces, que ocupamos determinado alto lugar en la introducción “ de primeros» de tal innovación y determinado otro más alto lugar en la minería latinoamericana, etc. Sé que ésta es una apuesta que nadie les va a cazar. Todos estamos ya demasiado acostumbrados a esta publicidad del crecimiento. Pero, al mismo tiempo, pueden ustedes estar igualmente seguros de que nadie va a decirle al país y nadie, por cierto, que no sea un revolucionario está interesado en hacerlo, lo que esta innovación significará para los beneficio de las compañías del hierro y lo que significara correspondientemente para los trabajadores despedidos, desplazados por los camiones eléctricos de cien toneladas. Desaparecerán señaleros, conductores y mecánicos además de los que dejarían de incorporarse al trabajo para lograr tal aumento de la producción si se mantuvieran los actuales camiones. Éste el problema, en esta sociedad los avances técnicos los pagan las masas populares a un precio tal, que resulta inútil pretender asociarlas al crecimiento. Desde el punto de vista popular, desde el punto de vista de los que pagan con su desempleo, su desalojo, su hambre y miseria los triunfos de la batalla de la productividad, esta sociedad tiene derecho a crecer. Además, esta lógica popular es irrefutable cuando se considera que los problemas populares que el crecimiento agudiza, marchan paralelos al aumento de los beneficios del reducido sector de la opulencia. Ya lo vimos el año pasado, ustedes se acordarán que los trabajadores del puerto de La Guaira se opusieron a la traída de los barcos furgoneros. Pues bien, ¿quién puede negar que los barcos de tal clase signifiquen el «último grito» en materia de transporte marítimo? ¿Quién puede negar que constituyan un avance considerable sobre los sistemas actuales de tráficos? Pero este y parecidos avances, benefician a los Boulton en la misma medida en que desemplean estibadores sin garantía de nuevo trabajo y desde el punto de vista de los obreros del puerto es entonces absolutamente legítimo oponerse, hasta impedir, a la entrada de los furgoneros en La Guaira. Ustedes pueden estar seguros de que, de no haberlo impedido los obreros portuarios, la entrada de los furgoneros habría provocado el alza de alguno de los índices del crecimiento. Pero lo de La Guaira no es lo regular. Muchos «furgoneros» han entrado en la economía venezolana en el curso de estos años. Lo cierto es que se han «ganado» muchos combates en la «batalla de la productividad» y paralelamente se ha venido produciendo una intensificación brutal de la miseria popular. Así, el país de este decenio, el país de la siderúrgica, de las industrias metalmecánicas, del complejo manicero de esta ciudad, es, al mismo tiempo, el país de la masificación del marginalismo, del desempleo, de la delincuencia insoluble, del analfabetismo crónico.
Fíjense ustedes en Puerto La Cruz. Allí se proyecta construir una zona verde, un parque. Sin duda el llamado complejo urbano de Puerto La Cruz, Barcelona y Lecherías necesita de un parque. Pero, ¿por qué tal parque tiene que pasar por el desalojo de centenares de familias pobres en el barrio popular Isla de Cuba? Los habitantes de ese barrio están dispuestos a hacer problema de orden público el que se les intente desalojar. Tenemos que insistir, esta sociedad no se merece parque alguno si le resulta imposible programar su construcción sin proyectar, a la vez, el desalojo de centenares de familias pobres sin garantía de nuevo techo.
Queremos llamar la atención, entonces, sobre el hecho de que el crecimiento económico, la modernización del país, ha ampliado e intensificado hasta un nivel explosivo, las necesidades populares. Caracas y otros centros satisfacen, sin duda, con su evidente opulencia, a los reducidos sectores que la usufructúan. Las autopistas, los clubes, las plantas televisoras, etc., contentan desde luego, a los entusiastas del turismo, de las elecciones de reinas y de las carrozas de carnaval. Pero, para centenares de millares de desempleados y marginales, para decenas de millares de obreros cuya participación en los beneficios de su trabajo se ha reducido porcentualmente en estos años, para millares de estudiantes y jóvenes, el lujo y, en general, todas las expresiones de crecimiento económico tienen que actuar, y nuestra actividad en ese sentido debe aumentar la fuerza de su actuación, como un elemento importante del carácter potencialmente revolucionario de esos sectores.
En segundo lugar está el hecho de que estos años de intensificación de las necesidades populares han transcurrido a través de una peculiar situación política. Ocurrió que durante los últimos años, precisamente en los años en que se concentró el proceso aludido, las fuerzas revolucionarias se plantearon la más alta ambiciosa tarea que la revolución venezolana, la posibilidad de conquistar un poder patriótico y popular, fue la tarea práctica y cotidiana de lo mejor de las fuerzas revolucionarias. En esas condiciones, abocados a unas tareas altas, duras y exigentes, los revolucionarios sencillamente no pudieron, creo que hay que decir que legítimamente no pudieron, y que cuando las condiciones vuelvan como inevitablemente volverán a exigirles la misma ambición y a plantearles las mismas tareas nuevamente no podrán dedicar el esfuerzo necesario para la organización y movilización popular en la lucha por atenuar y reducir los espantosos efectos de un crecimiento calculado y dirigido por intereses millonarios. En esas condiciones políticas nacieron y crecieron innumerables barrios densamente poblados, desasistidos de los más elementales servicios; creció la población estudiantil y se acentuaron las limitaciones y los anacronismos de la enseñanza; se desarrolló sin la elemental traba que significa la actitud defensista de los revolucionarios en el medio sindical, la ofensiva patronal. Cuántas veces fueron violados los fueros sindi cales, las cláusulas de estabilidad relativa a los contratos colectivos y otras tantas reivindicaciones hechas ley por el esfuerzo obrero anterior. Cuántas empresas surgieron o ampliaron sus actividades con obreros sin otra protección que los contratos notariales. El hecho en que los revolucionarios estuvieron ausentes o fue precaria su presencia de las llamadas tareas menores de la revolución, precisamente en los años en que las necesidades populares se acrecentaban enormemente. Dedicados a la defensa activa y con tareas diarias de los fines históricos del movimiento, los revolucionarios no pudieron hacer otra cosa que rebajar, más o menos conscientemente, la cuota de esfuerzo que le dedicaban a los fines inmediatos del movimiento. Claro, que ésta no es una forma muy precisa de describir el caso. En realidad, tendríamos que decir que en épocas de situación revolucionaria los fines últimos y superiores toman el lugar, se convierten en los fines inmediatos del movimiento. Pero lo cierto, lo importante, es señalar que las necesidades populares agudizadas por el crecimiento económico y la modernización del país fueron recargadas por la ausencia, en mi opinión obligada, de la práctica reformista de los revolucionarios.
Pero hay además otra cosa. La política de los revolucionarios y su práctica activa creó una inevitable política represiva por parte de los dueños de este país. Todos sabemos los niveles de brutalidad y desenfreno a los que llegó la represión contrarrevolucionaria y antipopular. Se puso en marcha un mecanismo político-policial-militar de hasta entonces desconocida fuerza y falta de ataduras y controles morales o legales. No es necesario describir la situación creada; aquí todos la recordamos más o menos fielmente. Lo que me interesa es destacar el hecho de que en ese período, en condiciones en que tres personas eran disueltas a plan y treinta lo eran a plomo, en que una liga campesina que se reuniera por créditos y tierra era considerada como un foco guerrillero potencial y tratada como tal, en que una movilización barrial por agua, luz o cualquier cosa por el estilo era considerada un brote insurreccional y tratado como tal, en que una huelga era considerada parte o expresión de una conspiración y tratada como tal, en esas condiciones la defensa de intereses populares y la lucha por satisfacer las necesidades tan intensamente acrecentadas no pudieron ser organizadas y atendidas por los revolucionarios al menos en la medida adecuada pero, tampoco, pudieron ser adelantadas de manera espontánea. Todos sabemos que, en general, la falta de fuerzas revolucionaria organizadas no es suficiente obstáculo para que las propias masas tomen en sus manos la defensa de sus intereses inmediatos y adelanten gestiones para paliar en algo su difícil situación. Pero, en nuestro país esa posible movilización espontánea era, al mismo tiempo, estimulada por la situación económica e inhibida por la situación política. Venezuela parecía una olla de presión que no le funcionan las espitas. El resultado no podía ser otro que un aumento formidable de la potencial explosividad de nuestra sociedad.
En tercer lugar, estamos viviendo el acelerado desgaste de los partidos, instituciones, organizaciones y personalidades que tradicionalmente venían controlando la opinión popular. Éste es uno de los signos más relevante y al mismo tiempo más favorable. Uno de los saldos más positivos del período reciente es precisamente éste. El desprestigio en unos casos y la evidente inadecuación en otros, ha hecho que todas las organizaciones partidistas y gremiales, hayan perdido su anterior importancia. Hoy no existe ninguna dirección a ningún nivel, que pueda presumir de controlar y efectivamente dirigir un movimiento popular de masas, más aún ni siquiera puede permitirse esa presunción con relación a su propia militancia, a sus propios afiliados. Claro que una situación así supone el peligro de que a sectores claves para el esfuerzo revolucionario los gane un escepticismo estéril. De este escepticismo ya conocemos manifestaciones, sobre todo aquí en El Tigre y particularmente en los medios sindicales. Pero éste es un peligro menor. El que sí es un peligro para preocuparnos más, es que nosotros mismos disminuyamos nuestra confianza en la participación directa de las masas en los asuntos de su propia organización y sobre todo que no seamos capaces de renovar nuestras propias estructuras, nuestro propio estilo. Pero éste es otro asunto y tendríamos, en verdad tendremos, que discutirlo especialmente. Lo que creemos sobre esto es que resultará imposible a los revolucionarios cumplir sus tareas de transformación social si antes y durante el curso de la empresa, no son capaces de dotar al movimiento de organizaciones de vanguardia a todos los niveles y en todos los sitios, mil veces más eficientes, mil veces más merecedoras de la confianza de los centenares de millares que inevitablemente tendrán que movilizar. Pero, repito, éste es otro asunto.
Lo que nos interesa destacar ahora es que los tradicionales sistemas de control de la opinión popular se han relajado y ya no tienen la capacidad que tenían para manipular e inhibir la actividad de las masas. Creo que ésta es una situación excelente o, mejor dicho, un rasgo excelente de la actual situación. Por ejemplo, aquí en El Tigre están preparando las elecciones sindicales. Como siempre ocurre se están fabricando las planchas de los partidos. Ustedes verán cómo estas planchas elaborarán más o menos idénticamente, programas antiaceiteros. Con toda seguridad nuevamente serán usadas consignas sobre estabilidad en el trabajo, contra los traspasos y despidos y, sin duda, en ellos se reflejarán las reivindicaciones más sentidas de los obreros petroleros de aquí. Estoy completamente seguro de que si los revolucionarios participamos en esta nauseabunda competencia muy poco o nada podríamos añadir a los programas de estas planchas. Pero, hemos visto cómo un grupo de trabajadores ha estado promoviendo una nueva plancha. La simple promoción de esta plancha, es ya un signo de los tiempos. Los promotores han acudido a los departamentos y han solicitado de los obreros que, conocido su programa, designen de entre ellos aquel compañero que comprometiéndose a defenderlo, goce a la vez de su confianza. Los promotores se comprometen a incluir al así designado en su plancha, cualquiera sea la militancia política del mismo. Pero eso, con ser bastante, no es todo. Vean ustedes el programa de esa plancha. No hace sino mencionar los problemas reivindicativos y en este sentido es tan tradicional como cualquier otro. Pero, fija la atención en los problemas del sindicato, en la necesidad de un sindicato distinto. Sus proposiciones de cambio de estatutos para hacer del jefe de reclamos en lugar de designado, un dirigente electo, para hacer a los dirigentes electos amovibles en todo momento por una mayoría calificada. Sus ideas acerca de los derechos de la minoría sindical y sus opiniones sobre la posibilidad de disensión pública y sobre el papel de la base sindical, en fin, el hecho de que aparezca como una plancha desligada de los tradicionales mecanismos electorales sindicales y de que no haya sido fabricada en ningún laboratorio partidista, es no sólo algo inconcebible en las situaciones pasadas donde una represión brutal en unos años y un control rígido de partidos en otros, impedían o cohibían cualquier intento parecido, sino que, además, nos brinda un ejemplo cercano y del día acerca de la característica del momento que estamos comentando.
Finalmente, está el hecho de una situación política distinta. Ya desde la campaña electoral en virtud de procesos ajenos a nosotros y también por efecto de nuestra propia decisión, era evidente que nuevas posibilidades tácticas se le abrían a las fuerzas revolucionarias y además nuevas posibilidades se le abrían al movimiento popular. Esta precaria apertura actuando al final de un período como el que recientemente vivimos y sobre una sociedad tan cargada de insoportables problemas, de grandes, insatisfechas, acumuladas y pospuestas necesidades populares y además, con las frustraciones que deja una situación revolucionaria cancelada con la derrota del movimiento, tenía y tiene que expresarse. Algunas costuras tenían que ceder. De tal manera tenía que hacerse evidente el conflicto básico que, al resolverse a favor de la reacción y del status, no había hecho otra cosa que aumentar su agudeza y su explosividad latente. Y, vean ustedes, como si quisiera demostrarnos irrefutablemente sus grandes posibilidades, este particular momento de la revolución venezolana se anuncia con los acontecimientos de Maracaibo. No podía pedirse una demostración más definitiva de la nueva situación: en un lugar donde la tradición combativa del pueblo es tan baja, donde el entrenamiento en la acción de calle ha estado tan ausente, donde ninguna fuerza política organizada, legal o ilegal, estaba interesada o estaba en capacidad de proponerse nada serio, un simple problema de salarios en el Aseo Urbano provoca un estallido de amplitud y fuerza tales que superadas las posibilidades de la policía, provoca y hace necesaria la intervención del ejército. Después ustedes han visto cómo la falta de electricidad por una noche, produce los acontecimientos de Río Caribe; la falta de agua en el 23 de Enero, hace reaparecer las barricadas en el barrio; la necesidad de repavimentación para las calles de San Félix causa manifestaciones de millares. Éstos son signos de la conflictiva situación social y, sobre todo, son signos de la nueva situación que comentamos, de las especiales condiciones que este momento ofrece a la acción de los revolucionarios. Durante los años pasados hubo seguramente, decenas de problemas de salarios en Maracaibo, durante muchas ocasiones faltó la electricidad en Río Caribe, fueron muchos los días en que el 23 de Enero estuvo sin agua y las calles de San Félix siempre han estado en pésimas condiciones. Pero es ahora, en esta nueva situación, con las nuevas y distintas, sobre todo distintas, posibilidades para la movilización y las luchas populares que ocurren acontecimientos como los citados.
Todo esto: los procesos sociales, las condiciones políticas del período insurreccional, la apertura, tímida y precaria pero cierta, de nuevas condiciones políticas, el desgaste de los instrumentos tradicionales de control de la opinión y del movimiento popular, el tremendo y acumulado costo social del crecimiento económico y los evidentes beneficios que éste ha concentrado en pocas manos, han producido y están produciendo una situación altamente favorable para el agitador revolucionario, para el organizador popular. Una situación que fundamenta, que da posibilidades y que debe exigir de nosotros el máximo de iniciativa y audacia. Seguramente viviremos un período de luchas populares, de huelgas y movilizaciones. Seguramente viviremos también, un período de búsquedas a amplio nivel y con dimensiones masivas de nuevas y más eficientes, estructuras, se ampliará el marco de la intención revolucionaria, se promoverán nuevos no necesariamente jóvenes, pero si nuevos dirigentes. En fin, estamos viviendo y viviremos todavía más una situación objetiva exigente y no desalentadora.
Finalmente, quisiéramos llamar la atención sobre un aspecto que nos parece de interés a la hora de planificar nuestra actividad. Se trata de lo siguiente, en algunos aspectos de los aquí considerados y salvando, desde luego, las distancias del caso, una situación como ésta ya la ha vivido antes el movimiento revolucionario. Conversando con los veteranos, cosa que aquí en El Tigre no tiene nada de difícil, nos enteramos de que a la muerte de Gómez y cuando la propia presión contenida empezó a aflojar las pretensiones gomecistas del lopecismo, la sociedad venezolana, que en condiciones políticas tan rigurosas había soportado los tremendos cambios del petróleo, comenzó a vivir un intenso y extenso despertar popular. Los desajustes de decenios sin réplica popular, comenzaron a ser atendidos por el pueblo. Las necesidades acrecentadas y pospuestas y las nuevas oportunidades convertían en una tarea relativamente fácil organizar un sindicato, realizar una lucha reivindicativa. El movimiento popular se desarrolló y organizó con acelerada velocidad. Surgieron agrupaciones gremiales, estudiantiles y obreras. Hubo huelgas y luchas. Con su esfuerzo, el pueblo mejoró su situación. Al frente de esas organizaciones nacientes, estimulando y dirigiendo esas luchas, se distinguieron los revolucionarios. Una brillante y abnegada vanguardia comunista estuvo a la cabeza de prácticamente todas las acciones de masas de la época. En la gestión reivindicativa ocupamos un primerísimo lugar en el cariño popular. Ahora nos toca realizar parecidas tareas y para no abundar en el asunto, sólo queremos decir que cada combate cotidiano, cada lucha reivindicativa, debe servir, tiene que servir y en fin de cuentas ésa es nuestra tarea, a la elevación de la combatividad popular, al aumento de su conciencia revolucionaria. Si de alguna manera rebajamos el contenido, la calidad revolucionaria de las luchas populares, no importa cuán exitosos sean los combates reivindicativos concretos, no pasaremos de ser gestores queridos por las masas y ser eso, sólo eso, está muy por debajo de lo que exige nuestra condición de revolucionarios.
A. Maneiro